miércoles, 16 de octubre de 2024

Narrativas Etéreas...

Bajo el velo de la memoria, un puente invisible entre lo que fue y lo que es despliega sus sombras y destellos. Es allí donde la neostalgia —ese eco que no es solo añoranza, sino reinvención de lo perdido— se despliega en capas. 

Cada acorde, cada verso, cada palabra no son sino fragmentos de un tapiz que el tiempo, con delicadas e implacables manos, entrelaza. Las historias no son lineales, son hilos entretejidos que desafían los límites del tiempo, jugando en los márgenes de lo vivido y lo soñado.

La música, la poesía, la literatura son hilos que tejen el presente y el pasado en un solo instante, donde lo vivido se reescribe a cada latido de la introspección. Como un eco distante, el pasado resurge no en su forma original, sino tamizado por el filtro del ahora

Es en ese proceso donde el arte se convierte en el puente definitivo entre el ayer y el hoy, una silenciosa danza que deja marcas invisibles en el alma.

En este entrelazado, el tiempo no es un río que fluye, sino un espacio maleable, donde cada obra artística es una puerta a ese diálogo eterno entre lo que fue y lo que será. Es un viaje etéreo donde las emociones se revelan en sus claroscuros, donde lo oculto se asoma a través de la música, de las palabras susurradas por el viento, del recuerdo.

Existir Entre Palabras: una “Maldición que Salva”

La escritura, en su naturaleza más profunda, parece una condena impuesta por una fuerza invisible, un impulso que, como una persistente sombra, arrastra al escritor hacia los confines de sí mismo. Así lo intuyó Clarice Lispector, quien la llamó una “maldición que salva”

Escribir no es un acto voluntario, es una oscura necesidad que consume, una compulsión que obliga a derramar en el papel lo que no encuentra lugar en el silencio. Las palabras se convierten en una extraña droga, un vicio que nunca se abandona, pero que también ofrece redención.

En este rito, el día —caótico, incomprensible— se ilumina con la tinta. No es posible vivir completamente hasta que lo vivido ha sido plasmado en frases, como si la experiencia se deslizara entre los dedos hasta que la palabra la fija en un instante perpetuo. Para Lispector, escribir es la única manera de entender lo que, en su fugacidad, nunca se revela por completo. 

Y es que la vida, antes de ser narrada, no es más que un esbozo, una intuición de lo que podría ser. Solo en el acto de escribir, lo vivido se reconoce, como si la existencia misma necesitara del lenguaje para ser entendida. Y así, esa “maldición” se vuelve el único medio para salvarnos de la confusión del mundo.

La escritura es, entonces, el refugio en el que se cifra el día, donde el tiempo se curva sobre sí mismo para ser contemplado, donde las preguntas encuentran respuestas, aunque fragmentadas y difusas. 

Lo que Lispector revela no es solo la dureza de este oficio, sino la verdad última: que somos lo que escribimos, y escribir, por tanto, nos salva de perdernos entre los pliegues del tiempo.

Escribir: al Mismo Tiempo, una Herida y un Bálsamo...

Hablar de la escritura, según Clarice Lispector, es adentrarse en un ambiguo territorio, donde las sombras y las luces se entrelazan en un ciclo eterno. “Es una maldición que salva”, susurra la autora, como si en esa dualidad residiera el misterio de la creación. Escribir es, al mismo tiempo, una herida y un bálsamo

La escritura toma al escritor por sorpresa, lo atrapa en sus invisibles redes y lo conduce, sin tregua, hacia un abismo del cual no hay retorno. Es un acto de supervivencia que se siente inevitable, un peso que, aunque gravoso, también ofrece un tipo de consuelo.

La salvación de este oscuro ritual reside en el descubrimiento de lo que no puede comprenderse sin ser expresado. En cada palabra, en cada pausa, el día cobra un nuevo significado. Lo que en su transcurso era caos, incertidumbre o vacío, se transforma en algo tangible, casi sagrado. 

Es la escritura la que otorga coherencia al flujo desordenado de la vida, la que permite que lo invisible se haga visible, que lo innombrable se nombre. Para Lispector, escribir no es solo una forma de capturar lo vivido; es, de manera más profunda, el único modo de comprenderlo. La escritura, por tanto, no solo revela, también redime.

Así, cada palabra que surge del alma es un puente que nos acerca a nosotros mismos, un eco que resuena en las profundidades de lo que somos. En esa lucha entre el deber y el deseo, entre la maldición y la redención, reside el secreto del acto de escribir. Y quizá, en ese silencio interrumpido por la palabra, encontramos la única forma de salvarnos.

Narrativas Etéreas...

Bajo el velo de la memoria, un puente invisible entre lo que fue y lo que es despliega sus sombras y destellos. Es allí donde la neostalgi...