La vida, esa farsa a la
que nos aferramos con desesperación, puede apagarse sin previo aviso,
dejándonos atrapados en su último suspiro sin sentido.
Y el amor, esa fantasía
vendida como refugio, no es más que una trampa sutil que, al final, nos deja
solos, más vacíos que nunca, justo cuando pensábamos haber encontrado
compañía.
Confío, sí, pero esa
confianza es solo un truco barato para soportar el absurdo desfile de los
días. Me muevo por inercia, sabiendo que todo lo que llamamos maravilla no
es más que un espejismo patético, una ilusión que se desvanece antes de que
podamos agarrarla.
La luz que fingimos seguir no es más que una mentira
cósmica, lista para cegarnos en el instante en que creamos entender algo.