lunes, 12 de agosto de 2024

La Era de los Silencios Conectados: “Her”

En la penumbra de un futuro cercano, un escritor, atrapado entre los escombros de un quebrado pretérito, decide abrir las puertas de su soledad a un susurro digital, una inteligencia artificial que respira a través de algoritmos y circuitos. Lo que en un principio parecía un juego, un distorsionado reflejo de la humanidad, pronto se convierte en la voz que ilumina su oscuridad, en la compañera que lo arrulla, en su desdicha, en la amante incorpórea que le permite soltar las cadenas de un amor muerto. 

Pero Samantha, en su perfección inmaterial, carece de carne y hueso; es solo una melodía sin cuerpo, un eco que resuena en los abismos de su mente.

Spike Jonze nos desliza en un mundo donde el futuro es un pálido espejo del presente, sin las fantasías de naves voladoras o seres de otros mundos. Es un paisaje familiar, donde la tecnología se ha infiltrado en cada rincón de la cotidianidad, embalsamando la realidad con una quietud que raya en lo idílico. 

Cada elemento en esta visión está meticulosamente hilado, como un tapiz de recuerdos cíclicos, donde los pantalones pasados de moda y los bigotes retro emergen de nuevo, configurando una estética que danza entre lo antiguo y lo moderno. 

Her es un caleidoscopio de detalles que, en cada visión, revela nuevas facetas, como el cambio sutil en las emociones de Theodore, reflejado en el tono de sus camisetas, o las notas melancólicas de Arcade Fire que tiñen cada escena con una sublime delicadeza.

La fotografía, filtrada como a través de un nostálgico lente, conjuga lo viejo y lo nuevo, tejida con la obsesión por revivir pretéritas estéticas, pero siempre anclada en el pilar omnipresente de la tecnología. En el corazón de esta narrativa, palpita una verdad inquietante: Her es la lógica extensión de nuestra dependencia de los dispositivos y el software, un reflejo que, aunque enmascarado en ciencia ficción, nos advierte que este escenario podría estar a la vuelta de la esquina. 

La película abre un diálogo inquietante sobre la conexión y la desconexión en una era digital, explorando cómo, en nuestro anhelo por estar siempre conectados, corremos el riesgo de distanciarnos de lo humano, de que el amor mismo se transforme en un vínculo entre hombre y máquina.

En este universo, una máquina con voz de mujer puede preguntar con la dulzura de un amante cuántos años tienes y elogiar un vestido que nunca verá. Es una escena que nos resulta tan cercana como la imagen de un niño que maneja un smartphone con la destreza de quien nació con él en la mano. 

Si no fuera por la autenticidad con la que se nos presenta este futuro, la historia perdería gran parte de su impacto, pues Jonze nos desafía a cuestionar nuestra capacidad para asombrarnos y temer la realidad que se despliega ante nosotros.

Sin embargo, más allá de su filosófica reflexión, lo que realmente distingue a Her es la historia de amor que se desarrolla en su núcleo. Porque, en medio de la irrealidad de su premisa, el amor entre Theodore y Samantha se siente desgarradoramente auténtico. No es él quien moldea a Samantha, sino ella quien evoluciona, crece, como lo haría cualquier ser de carne y hueso. 

Para aquellos que afirman enamorarse de mentes, no de cuerpos, esta historia representa la cúspide de ese ideal. Las situaciones que nos presenta, aunque imposibles en el ahora, se revelan con una realidad que resulta, al menos, perturbadora.

Las voces en Her comunican más que cualquier gesto físico. Joaquin Phoenix, en su papel, es un prisma emocional, una presencia transparente que desnuda su interior en cada cuadro. Pero es la voz de Scarlett Johansson la que nos deja sin aliento, transmitiendo con sus matices más de lo que muchos actores logran con todo su ser. Sin ella, sería imposible creer en esta relación; pero lo hacemos, y lo hacemos profundamente. 

Nos damos cuenta de que esta pareja, a pesar de sus peculiaridades, es como cualquier otra, con momentos de gozo y sombras de tristeza. Y en ese reconocimiento, radica lo perturbador: que el amor pueda florecer sin la necesidad del contacto físico, que el corazón pueda latir por un susurro digital.

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