martes, 3 de septiembre de 2024

La Sombra en el lecho de la Musa

Irene, la musa de mi deseo, reposaba en su lecho de blancas sábanas, un santuario de pureza que temía mancillar con mi presencia cargada de culpa. La etereidad de su ser, que flotaba entre lo sagrado y lo prohibido, era un reflejo de la pasión y el amor en su estado más puro, un inmaculado espejo que temía empañar con el tacto de mis manos. 

¿Cómo podría acercarme a ella, a su piel de nácar, sin temer que el sucio río de mi llanto inundara su lecho, convirtiendo su santuario en un pantano de desesperanza?

En su divina desnudez, Irene, parecía más una deidad que una mujer, su piel y sus cabellos de seda eran la tentación de la carne y el espíritu, un llamado al deseo que temía responder. 

El erotismo de su ser era una trampa, una red tejida de luz y sombras, donde lo etéreo se entrelazaba con lo carnal, y yo, atrapado en ese juego de contrastes, no sabía si adorarla desde la distancia o sucumbir al deseo de poseerla, aun a riesgo de profanar su blancura con la suciedad que se aferraba a mi ser.

Narrativas Etéreas...

Bajo el velo de la memoria, un puente invisible entre lo que fue y lo que es despliega sus sombras y destellos. Es allí donde la neostalgi...