La paleta de un día soñado se dibuja entre el violeta y el carmesí, donde la humedad de los anhelos se mezcla con la suavidad de lo efímero.
El azul de los deseos amortajados acaricia apenas la piel, mientras el amarillo resuena en plegarias que buscan el silencio, lejos del ruido de lo cotidiano.
Esta sinfonía de colores se convierte en un introspectivo viaje, una búsqueda de lo que trasciende en la percepción del tiempo.