Extrañarte es una paradoja líquida, una lucha íntima con lo imposible. Se asemeja al acto de intentar respirar bajo el agua, un deseo que trasciende las leyes de la naturaleza, como si la propia nostalgia insistiera en reclamar un espacio donde no puede existir.
Esa inmersión en la ausencia se convierte en una especie de apnea emocional, un instante sostenido entre el anhelo y la asfixia. El fondo del océano es el lugar simbólico donde duermo esta noche, un lecho de profundidades insondables, donde el peso de la distancia se vuelve palpable y la memoria se disuelve en corrientes invisibles.
No hay luz, no hay aire; solo la resonancia muda del agua que me rodea, amplificando el eco de lo que fue.