Así, esta conexión no es un simple compartir de momentos, sino un encuentro de almas que se enriquecen mutuamente, que se elevan juntas, cada una viendo en la otra algo que quizás no ven en sí mismas.
La mutua admiración, esa energía que las iguala y las entrelaza, es la chispa que enciende una amistad que no se apaga, que se fortalece en cada intercambio, en cada gesto sutil.
Es este tipo de amistad el que desafía las nociones comunes de afecto. No es solo compañía, ni una coincidencia fugaz. Es un lazo que, como los acordes de una melodía inacabada, sigue resonando, alimentándose del reconocimiento profundo y la inspiración que el otro provoca. En esa danza de admiraciones, florece lo más puro de la conexión humana.
