domingo, 11 de agosto de 2024

El Silencio del Púrpura...

En el umbral de la tarde, cuando la luz se convierte en un suspiro que se desvanece, Ma Belle Sirène, con su grata manía de subirse el escote, se ajusta su abrigo azul con un gesto casi ritual, un intento por contener lo que late debajo de su piel. Él la observa, como si en ese movimiento se escondiera el secreto que ha perseguido desde que sus miradas se cruzaron por vez primera. No dice nada al principio, solo la mira, dejando que el silencio entre ellos se llene de la sombra que el día deja al marcharse.

“¿Qué más podría desear?”, murmura al fin, rompiendo el hechizo que los rodea. La pregunta flota, ligera, pero densa, como si estuviera hecha de la misma etérea materia que envuelve sus pensamientos. Es un domingo, un día que debería ser simple, sin complicaciones, pero que se ha convertido en un laberinto de deseos no expresados. Él la mira y sabe que Ella no pertenece a este momento, pero al mismo tiempo, no puede imaginar otro lugar donde la quisiera tener. Es el único deseo que se atreve a pronunciar, sabiendo que no hay respuesta que pueda cambiar la realidad.

Ma Belle Sirène no responde, pero su silencio es un eco que se refleja en las paredes del cuarto, rebotando en los rincones donde las sombras se mezclan con la luz que aún queda. Su mirada se pierde en la ventana, donde la noche comienza a dibujar su manto sobre la ciudad. El púrpura que tiñe el horizonte es el mismo que ha teñido su alma durante tanto tiempo, un dolor tan conocido que se ha vuelto casi un compañero, un color que habla de todo lo que no ha sido…

Él se acerca, sintiendo el peso de cada paso, como si el suelo bajo sus pies estuviera hecho de cristal a punto de romperse. Él no sabe qué la retiene aquí, qué la hace dudar, pero entiende que en ese instante hay una batalla que Ma Belle Sirène libra en silencio. Su cuerpo, cubierto por ese abrigo que es a la vez armadura y caricia, parece inmóvil, pero él sabe que dentro de ella hay un torbellino que no se puede contener.

“Amor”, susurra él, su voz, apenas un aliento que roza su oído, “si esta luna pudiera quedarse, si no tuviera que irse con la noche… ¿Te imaginas?” La frase es una llave que abre una puerta que ninguno de los dos quiere atravesar, pero que saben que existe. Es una promesa no dicha, una realidad paralela donde el tiempo no los apremia, donde la luna podría colgar en el horizonte sin fin, iluminando sus entrelazados cuerpos en un abrazo que no conoce la despedida. 

(*Por supuesto, para Gina, por su grata manía de subirse el escote…)

Narrativas Etéreas...

Bajo el velo de la memoria, un puente invisible entre lo que fue y lo que es despliega sus sombras y destellos. Es allí donde la neostalgi...