Mientras el mundo exterior se disuelve en un opaco silencio, él se sumerge en la bruma de su onírica existencia, donde la ternura florece en su forma más pura y esquiva.
No hay gestos grandilocuentes ni explícitas confesiones, solo una sutil caricia que se manifiesta en la distancia.
En este reino de incompletas evocaciones, donde las imágenes se desvanecen antes de ser plenamente captadas, se esconde una intimidad que solo él conoce.
El deseo se entrelaza con el dolor en este onírico paisaje, creando un entramado de encontrados sentimientos. Las ciudades que una vez construyeron, beso a beso, son ahora ruinas que se desintegran con el viento, con sus desaparecidas calles en el polvo del olvido.
Cada beso compartido, cada toque fugaz, dejó una huella en estos imaginarios lugares: pero el viento, hoy, ha barrido todas las pruebas de su existencia.
