La pérdida de un músico de la magnitud de Ryuichi Sakamoto no es solo un acontecimiento, sino una ruptura en el tejido de nuestras vidas musicales. Sakamoto, un artista que desafiaba las categorizaciones simples, fue tanto un icono de la música electrónica como un innovador en el ámbito del minimalismo y el cine.
Su legado, aunque envuelto en un manto de fama, nunca se redujo a un simple eco de grandes compositores como Claude Debussy. Más allá de la superficialidad de las comparaciones, Sakamoto construyó un puente sonoro entre mundos, integrando el vanguardismo y el pop con una destreza que le era única.
El piano, ese venerado instrumento que acompañó sus primeras lecciones y sus últimas composiciones, es la piedra angular de su expresión artística. En su último álbum, 12, Sakamoto nos ofrece una crónica íntima de su batalla con el cáncer, donde cada pieza se convierte en un fragmento de su testamento sonoro.
Este álbum revela una vuelta a lo esencial, a una sencillez que desarma y conmueve, un retorno al piano y a la electrónica en su forma más pura.
A medida que el ciclo de la memoria colectiva se desvanece, lo que queda es la esencia de un artista que, con su habilidad única para fusionar la tradición y la innovación, nos ha dejado una herencia musical que trasciende el tiempo.
La música de Sakamoto, lejos de ser un simple eco de épocas pasadas, es un testimonio de una búsqueda constante de belleza y autenticidad, un recordatorio de que el arte, en su forma más pura, siempre está en conversación con el silencio y la eternidad.