jueves, 19 de septiembre de 2024

Conticinios: Serenidad │Dolor Musicalizado

Siempre me quedaban las noches, esas secretas horas en las que el mundo exterior se disuelve y el silencio de la oscuridad me envuelve. En ese íntimo espacio, me permitía unos instantes de música, una solitaria comunión que, aunque pueda parecer vacía, contenía en su esencia una reconciliación con lo más profundo de la existencia

El placer, aunque en soledad, no es estéril cuando logra que, por unos momentos, uno se reconecte con la vida, con ese pulso vital que late más allá del ruido cotidiano.

La música, en esas noches sin testigos, se convertía en una especie de refugio, una puerta hacia un universo donde el dolor no desaparece, pero cambia de forma. Se expande, se acomoda, y en esa expansión se vuelve más llevadero

El sufrimiento, lejos de ahogarse en las aguas turbulentas del día a día, se asienta como un torrente que, al encontrar la calma, se transforma en lago, profundo y quieto, pero infinitamente vasto.

Los conticinios, esos silencios entre notas, esas invisibles pausas entre el fin de la noche y el despertar del día, son los verdaderos artífices de la reconciliación entre la música y el alma. Cada acorde resuena en ese vacío, cada nota flota en la inmensidad de la madrugada, amplificando la emoción hasta que el alma, al fin, encuentra reposo. 

Es en esos intervalos donde la música adquiere su poder curativo, suavizando las aristas del dolor, ofreciendo paz donde antes solo había desasosiego.

La música no solo es un espejo de lo que sentimos; es un espacio donde el dolor se transforma, se vuelve poesía, un lago sereno en el que podemos reflejarnos. La música de los conticinios, ese lenguaje del silencio y el susurro, nos invita a contemplar el dolor no como un enemigo, sino como un aliado, una fuerza que nos lleva a profundidades donde solo la serenidad puede habitar. 

And the wind cries, Andrea…

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