En ese desliz eterno entre las páginas y las notas, me fui desdibujando, perdido en una niebla que no se disipa, sino que me envuelve con cada verso, con cada acorde.
No es que lea los poemas o escuche la música, sino que ambos me leen a mí, me descifran en sus silencios, y yo, sin nombre, me dejo arrastrar de horizonte en horizonte, de misterio en misterio.
Entre la belleza no hay destino, solo un constante devenir. Es un viaje que no busca ni espera, simplemente sucede, como el aire que acaricia una pradera en sombras. Y así, apasionadamente me desvanezco, siempre en el umbral de lo incomprensible, sin retorno ni ancla.
Cada nota se convierte en una llave y cada verso en un eco, fragmentos de un todo que nunca se revela, solo insinúa.