Bajo el manto de la oscuridad, cuando las estrellas iniciaban su viaje hacia el olvido, las notas suaves de una balada se deslizaban entre los susurros del viento.
“Dream a Little Dream of Me”, en la voz de Cass Elliot, no era una simple canción; significó un refugio construido en la nebulosa frontera entre el ensueño y la vigilia, donde el amor buscaba su permanencia en lo efímero.
En aquel inasible espacio, la melodía se convertía en un íntimo ritual que invocaba la permanencia de lo invisible: ese anhelo que, desde entonces, persiste cuando las estrellas se apagan y el silencio llena los vacíos.
Desde entonces, vigente aquella compartida melancolía, Ma Belle Esther…