En las múltiples bifurcaciones de la vida, nos enfrentamos a la necesidad de encontrar el equilibrio entre lo que deseamos y lo que podemos conservar sin perder el rumbo. En el ámbito de las neo narrativas contemporáneas, se presenta una visión íntima de cómo el ser humano navega entre el sacrificio y el gozo interior.
Cada elección es un fragmentado espejo, reflejando posibilidades que se desvanecen con cada paso. No podemos capturarlo todo, pues la vida misma se desdobla en una frágil telaraña de decisiones. Y así, llega el momento de detenerse, de aceptar que aquello que hemos dejado atrás ya no puede ser nuestro, sin que eso signifique una renuncia a la verdadera felicidad.
Conformarse, en este sentido, no es resignación, sino una sutil danza entre lo que perdemos y lo que encontramos en la quietud de nuestro ser.
No se trata de elegir lo que parece mejor, sino de sentir la callada música de la satisfacción interna, esa certeza que susurra que, en medio de todo lo que no tenemos, hemos encontrado lo que necesitamos. La felicidad, como un reflejo en el agua, no se conquista, simplemente se revela en su propio tiempo, cuando hemos soltado lo suficiente para verla surgir.
Y es en ese momento, cuando la vida deja de ser una lucha por el todo, que encontramos lo que realmente importa: la paz que resuena con nuestro ser más profundo.
