Los “muebles púrpuras” que decoran su entorno no son solo objetos; son vestigios de un tiempo que ya no tiene cabida en lo tangible.
Cada pieza, cada rincón, se ordena con la simetría impuesta por la mente en su búsqueda de sentido, esa “prodigiosa simetría de los parques y los bosques” que, sin embargo, no puede contener el caos que bulle bajo la superficie.
Frente a todo ello, una “hoja en blanco” aguarda, inmaculada, mientras el ojo que la acaricia proyecta en ella todo lo que no puede decirse.
En ese vacío que precede a la palabra, habita la “falta de sonido”, esa ausencia que no es silencio, sino el preludio de algo que nunca llega a ser nombrado.
