Las “lilas de los muros” florecen sin ser vistas, encapsulando un dolor difuso, un “dolor enfermizo por casi todo” que se adhiere a las cosas, a los objetos, a los recuerdos. Es un dolor sutil, como las lilas mismas, que parecen existir solo para recordar la fragilidad de todo lo que se intenta conservar.
El “muelle gris”, metáfora de ese límite que separa lo real de lo imaginado, es el último espacio donde lo tangible se disuelve, donde las cosas “solo existen en jardines”, en esa otra realidad que es accesible solamente a través de la íntima contemplación.