En el tejido de las palabras, donde el lenguaje se vuelve puente y no barrera, se esconde una verdad no dicha, pero comprendida. ¿Cuántas veces hemos sentido que los nombres sobran? Que son las experiencias compartidas, los ecos de la música y las ideas, las que verdaderamente nos vinculan.
Explorar esa invisible conexión que va más allá de lo evidente, donde los términos cotidianos —Hermano, Amigo, Rock, Escuela— se transforman en símbolos de un profundo lazo, que no necesita proclamarse en voz alta.
Aquí, la escritura no es solo un medio de comunicación, sino un acto de memoria, una silente ofrenda a quienes habitan nuestro pensamiento, aunque no los nombremos. Las palabras, entonces, se vuelven rituales que sostienen ese invisible vínculo.