Ma Belle Sirène esbozó una sonrisa que parecía brotar desde lo profundo de un sueño, uno de esos que acarician la promesa de lo inalcanzable. Para Nowhere Man, esa sonrisa revelaba un silencioso secreto: Ella no necesitaba más que soñar.
No había urgencia por transformar en realidad lo que ya habitaba en su imaginación, como si el simple acto de escucharle recitar poemas desde sus libros fuera suficiente.
Eran versos repletos de imposibles maravillas, palabras que fluían como espejismos, hermosas por su irrealidad, por saber que jamás rozarían el borde de lo tangible.