La nostalgia se aferraba a Nowhere Man como una sombra persistente, un indefinido deseo que lo consumía tanto de día como de noche. Era un extraño anhelo, como el impulso de un enfermo que, tras mucho tiempo, de repente recuerda el sabor de algo que alguna vez probó y añora sin entender por qué. No veía más allá de ese deseo, ni comprendía adónde podría llevarlo.
No deseaba hablar con Ma Belle Sirène ni escuchar su voz, pero en lo profundo de su ser sentía que, si lograra capturar la imagen del suelo que Ella pisaba, del horizonte y el mar que la envolvían, el vasto vacío del mundo se volvería un poco más soportable.
Era como si el simple acto de poseer ese fragmento de su existencia, ese instante en que el horizonte, la tierra y el mar convergían bajo sus pasos, pudiera llenar los huecos que el tiempo había dejado en su interior.
No necesitaba su presencia, ni siquiera sus palabras; solo esa visión, ese rincón del mundo que Ella habitaba, podría ser suficiente para suavizar la desolación que sentía. Sin embargo, en el fondo sabía que, aunque lograra aferrarse a esa imagen, el vacío seguiría resonando en él, mudo e inmenso.