El pasado, cual un ciclista que cruza las calles del presente, se convierte en un asiduo visitante, transportándome por senderos que dejó atrás. Sus relatos son como hilos que tejen la trama de días idos, llenos de susurros y suspiros de pretéritos tiempos. No entiendo siempre su propósito al venir, pero sabe que lo conozco bien: un compañero de viajes y travesías.
Cuando aparece, lo hace en momentos de profunda soledad, cuando, cual densa sombra, la melancolía se asienta. Es en esos instantes cuando me envuelve con neostalgia. Le encanta teñirla de una agridulce belleza.
Cada vez que hace acto de presencia, el presente se difumina y lo pretérito cobra vida, como un cine en tonos monocromáticos. Es un recordatorio de la fragilidad de la memoria y la persistencia de lo que alguna vez fue. A través de estos encuentros, ratifico que el pasado me acompaña, desafiándome a reconciliar aquellos claroscuros que hacen eco en mi existencia… El pasado, por lo visto, nunca llega vacío.