jueves, 8 de agosto de 2024

Ecos de un Inminente Silencio...

En los pliegues ocultos de lo cotidiano, donde las sombras juegan al escondite, Isabel Coixet despliega en Mi vida sin mí una íntima odisea, donde una joven madre enfrenta la impensable fragilidad de su existencia. Ann, interpretada con sutileza por Sarah Polley, recibe la sentencia de un inminente cáncer que la deja en la cuerda floja de dos meses. 

Pero en lugar de sucumbir al peso de la tragedia, Ann decide tejer con hilos dorados los últimos fragmentos de su vida, buscando cumplir deseos que nunca se atrevió a nombrar y dejando migajas de amor para los que quedarán en su estela.

Es inusual que nos detengamos a pensar en las huellas que queremos dejar antes de ser arrastrados por la corriente imparable del tiempo. Quizá porque desconocemos cuándo llegará ese momento final, preferimos esquivar el tema, envolverlo en nerviosas risas. Sin embargo, Ann, en la quietud de un bar, escribe su lista de deseos, tras recibir la noticia de que esos síntomas que confundió con un nuevo comienzo son en realidad señales del fin. 

A los 23 años, con dos hijas y un trabajo nocturno de limpieza que apenas la sostiene, Ann traza un plan secreto, no solo para ella, sino también para aquellos que la aman y pronto sentirán su ausencia. No logra cumplir todos los puntos, pero deja tras de sí una estela de intentos de vida aferrada al borde del abismo.

A finales del siglo XX, Coixet ya había insinuado sus inclinaciones estéticas y narrativas con Cosas que nunca te dije, un filme que abrió caminos hacia el reconocimiento internacional. Pero es en 2003, con Mi vida sin mí, donde la cineasta cataliza su visión, presentando una historia que, aunque arraigada en la muerte, florece en una inesperada vitalidad. 

En el Festival de Berlín, la película fue recibida con calidez, aunque sin laureles, y sigue los pasos de Ann, quien decide mantener en secreto su diagnóstico, mientras organiza un legado de amor y memoria para los suyos.

El filme de Coixet, basado en un relato de Nanci Kincaid, se alza como un delicado y sutil poema visual, impregnado de una estética que resonaba en el cine indie, pero era insólita en el panorama español de la época. A través de monólogos internos y oníricas secuencias musicales, la directora logra desdibujar la línea entre lo real y lo surreal, otorgando a la historia un aire liberador que desafía la gravedad de su premisa.

En los brazos de Lee, un hombre marcado por sus propias cicatrices, Ann redescubre el amor, mientras se reconcilia con una nihilista y peculiar madre, y busca el mejor legado para quienes la sobrevivirán. Mi vida sin mí no es solo un relato sobre la muerte; es una celebración luminosa de la vida que se oculta en las sombras, un recordatorio de que, en la cuenta regresiva, es cuando finalmente comenzamos a vivir.

Narrativas Etéreas...

Bajo el velo de la memoria, un puente invisible entre lo que fue y lo que es despliega sus sombras y destellos. Es allí donde la neostalgi...