jueves, 15 de agosto de 2024

El Halo de Françoise Hardy…

Françoise Hardy ha sido un espectro recurrente en los pasajes de mi vida, una presencia que se desliza con una discreta elegancia, apareciendo en aparentes fugaces momentos, y aún sigue siendo una envolvente compañera. Sus melodías, tan cargadas de melancolía, resuenan siempre en lo más profundo de mi ser, guiadas por un timbre que es un terso susurro, lleno de una reverencia casi mística

Hay algo en su figura, una mezcla de lo tangible y lo evanescente, envuelta en el aroma de un París que vive en la penumbra de los recuerdos, con su río que fluye como un eco lejano y sus castaños que se yerguen como guardianes de un perenne romance. Es un aire impregnado de un romanticismo que se ha desvanecido con el tiempo, pero que aún conserva su sincero encanto, una dulce nostalgia, por lo que nunca fue…

Lo que más me cautiva es ese halo de fortuna que la rodea, un resplandor que parece protegerla del paso implacable del tiempo. Es una suerte que no solo la acaricia, sino que la envuelve en una luz tenue, una suerte que, más que destino, es un reflejo de una vida vivida con una autenticidad que pocos pueden alcanzar.  

Su música es un eco de inalcanzables plenitudes, una dulzura que roza lo imposible, y, sin embargo, en su voz, lo imposible se vuelve tangible, un susurro que envuelve y consuela, como una promesa que nunca se cumple, pero que siempre permanece.

Hardy, con su etérea presencia, se convierte en más que una cantante; es un símbolo de lo que se desvanece, de lo que persiste más allá de la comprensión. Su música, como una suave brisa, se cuela en los rincones más escondidos de mi muy personal nostalgia, recordándome que hay una belleza en lo que nunca se alcanzó, en lo que siempre estuvo fuera de mi alcance, pero que, por un momento, a través de su voz, parece estarlo.

Narrativas Etéreas...

Bajo el velo de la memoria, un puente invisible entre lo que fue y lo que es despliega sus sombras y destellos. Es allí donde la neostalgi...