El instante fue como un temblor que se despliega hacia el interior, una conmoción que se hunde en lo más profundo del ser. Era como si las cenizas—esos fragmentos dispersos de tu presencia—se desplomaran en un abismo interno, cayendo hacia un intangible espacio dentro de mí, como si, en el acto de desaparecer, se desvanecieran en una caída sin peso.
La sensación persistió por un tiempo, como un eterno descenso hacia un vacío sin fin, mientras el acto físico de desvanecerse, esos tres segundos, se desmoronaba con la misma rapidez con que el polvo se desintegra en la nada.
Aunque el tangible fragmento—la materia misma de tu ser—se desvaneció en un parpadeo, el eco de tu desaparición resonó mucho más allá de ese fugaz instante.
Uno, dos, tres; el recuerdo de tu esencia se desvaneció sin dejar rastro, ni siquiera una partícula visible. Todo se disolvió en un vacío absoluto, en el silencio etéreo de tu ausencia, Laura.