Flores y un murmullo silente, te revivo en la claridad y en la penumbra, como una etérea pintura entre el amanecer y el ocaso. En el tenue resplandor de nuestras manos entrelazadas, surge un espectro de grises vivientes, una danza de sombras que susurra secretos.
Tus cabellos, esas ondas de azabache, ondean como lamentos de antiguas nostalgias, reflejando destellos como ecos de estrellas en la profundidad de la noche, revelando tu piel, un espejo de plata líquida, brillante y efímera.
De repente, despierto, sacudido por el eco de un sepulcral silencio, un estruendo que me arrastra de regreso al presente. No necesito sumergirme en el vasto océano de tu fragancia para sentir tu presencia; me basta con este aire impregnado de recuerdos, donde camino sobre sueños, pisando la delicada línea entre lo vivido y lo imaginado. Es en estos pasos donde habito, en la nebulosa frontera …