En el crepúsculo de una solitaria tarde que lentamente se rinde ante la noche, la soledad del campus universitario se convierte en el escenario perfecto para un fugaz encuentro con la belleza.
Esa belleza, que aparece como un eco de un extraviado bolero, evoca una sensación de pérdida y nostalgia. En medio de ese silencio, me vi a mí mismo arrebatando instantes, tratando de capturar lo que, por su propia naturaleza, no podía ser contenido.
La belleza, al sentirse adulada, se distanció, se agigantó, convirtiéndose en un lejano reflejo que prohibió el abrazo que tanto anhelaba.
Este encuentro con lo sublime reveló la esencia misma de la belleza: inalcanzable, siempre distante, y, sin embargo, eternamente presente en su negación.