domingo, 18 de agosto de 2024

Sinfonía de un Seductor Otoño │B

El otoño ya se había asentado con su manto de crujientes hojas y alargadas sombras cuando Andrea apareció por primera vez, como un susurro del viento que alguna vez me envolvió en su promesa de lo desconocido. La vi entre los desnudos árboles, su figura deslizándose con una gracia que parecía desafiar el paso del tiempo. Sus movimientos, aunque sutiles, llevaban consigo la cadencia de una olvidada melodía, una canción que alguna vez resonó en lo más profundo de mi ser.

Andrea se acercó en silencio, y cada paso suyo resonó en mi pecho como un eco de antiguas memorias, de deseos enterrados bajo capas de olvido. Sus labios, que alguna vez fueron suaves como el terciopelo de una noche sin luna, ahora solo evocaban el recuerdo de caricias que nunca llegaron a concretarse. La vi alzar la mano, y en ese sencillo gesto, la vi transformar el espacio entre nosotros en un abismo…

Recordé cómo, en un ya lejano tiempo, había intentado capturar su esencia en palabras, pero siempre se desvanecía antes de que pudiera comprenderla del todo. En aquella estación perdida, su piel se había fundido con la penumbra del atardecer, como un enigma que solo revelaba fragmentos de su verdad. Pero lo que más me marcó fue el deseo que latía en el aire, un deseo que, aunque nunca se consumó, dejó una indeleble marca en mí, cual tormenta que nunca se concretó.

Andrea había sido la personificación de ese pretérito otoño, un eco de la transgresión y el anhelo que nunca se materializaron del todo. La sentí cerca, casi tangible, pero siempre más allá de mi alcance, como un reflejo en el agua que se disuelve al intentar tocarlo. Y en su ausencia, el otoño se convirtió en un recordatorio constante de lo que había perdido, de los momentos que se habían escapado entre mis dedos como hojas arrastradas por el viento.

En ese otoño, ya ido, comprendí que Andrea era más que una figura en tránsito; era el reflejo de un deseo que nunca sería satisfecho, un anhelo que seguiría ardiendo en lo más profundo de mi ser, incluso mucho después de que las hojas hubieran caído y el invierno hubiera tomado su lugar. Así, en tanto la estación se desvanecía, me quedé con la certeza de que algunas presencias, por más etéreas que sean, dejan cicatrices que nunca sanan.

Narrativas Etéreas...

Bajo el velo de la memoria, un puente invisible entre lo que fue y lo que es despliega sus sombras y destellos. Es allí donde la neostalgi...