Bajo el manto silencioso de la noche, nuestras corporeidades compartieron un susurro común. Te esperé en la quietud de la cama, sabiendo que la tardanza forma parte de tu llegada. En el refugio de mis brazos te envolví, dejando que mis labios se posaran suavemente sobre los tuyos, acariciando el pequeño universo que rodea tu lunar.
Algunos aseguran que el anhelo se sacia solo en sueños, pero tú sabes que nuestro ritual de compartir el lecho ha trascendido el simple hábito; es un diálogo tácito entre nuestros cuerpos y lo no dicho.
(Sí, Nina Ma Belle, nuevamente tú…)