Un par de miradas se deslizaban entre las sombras, arrancando fragmentos de noche. Las finas medias de red y la gabardina trazaban un rastro casi invisible en la penumbra. Explosiones de luz se esparcían como ecos, dibujando siluetas en el vapor helado que envolvía al cigarrillo.
El eco de los pasos, como espejismos de fuego, dejaban una estela de cristal roto que crujía bajo el peso de lo no dicho, mientras los labios, en su reflejo fractal, susurraban inalcanzables verdades.
Una puerta, apenas abierta, encerraba el tiempo en un congelado instante, el disparo se convertía en un eco de lo inevitable. Un beso, rojo como la luna más intensa, atravesaba la escena, dejando en su rastro una marca de deseo que no encontraba palabras.
Amé, desde siempre, la luz oscura que
proyectaban tus ojos cafés, aquellos que vislumbran paisajes más allá de este
mundo. Cuando te desnudabas, era como si otro universo se revelara, piel
contra piel, desdibujando las fronteras entre lo tangible y lo soñado.
Sí, Martha Laura, toda Tú y tu transformador misticismo…