La memoria se convierte, entonces, en una última trinchera, una endeble casa que, como los personajes de sus textos, nos protege de la tormenta del olvido solo por un breve instante. El futuro, con su manto de nada, se cierne como una inevitable sentencia.
No es más que el umbral del olvido absoluto, ese lugar desde el cual recordamos, pero que jamás habitaremos realmente.