En el enigma que dejó la última obra de John Lennon, Double Fantasy, se despliega una narrativa distinta, casi susurrada entre las sombras de la tragedia y la calma que lo precedió. En cada nota, cada palabra, Lennon parece haber abandonado las tempestades que alguna vez rugieron en su vida pública. Aquí, en la dulzura de la intimidad, se libera un amor casi insondable.
Es un refugio de silencios y susurros, donde el caos del mundo cede a un espacio más puro, construido alrededor de su hijo Sean.
Con “Beautiful Boy”, Lennon traza un emocional mapa que, lejos de la grandilocuencia de sus anteriores manifiestos, nos invita a explorar el espacio interior donde la ternura y la vulnerabilidad se encuentran. ¿Qué significados residen en este vínculo entre padre e hijo?
En la paternidad, John descubre un ancla, un faro en la niebla de su búsqueda existencial. Pero en esa ancla, paradójicamente, también encontramos su máxima expresión de libertad.
El ocaso llegó prematuramente para Lennon, su muerte marcó un parteaguas, dejando a Double Fantasy colgado entre lo efímero y lo eterno. Lo que pudo haber sido una simple colección de canciones domésticas se transformó en un testamento de lo no vivido.
Sus letras parecen adquirir una insospechada gravedad, como si al hablarle a Sean, Lennon supiera que esas palabras lo acompañarían mucho más allá de lo que la vida le permitiría.