miércoles, 23 de octubre de 2024

El Eco de Lo Táctil...

Hay despertares que se tejen en la delicadeza de lo indefinido, en el leve temblor de una realidad que se desdibuja entre los pliegues del sueño y la vigilia. Andrea, envuelta en esa fragilidad del no saber dónde comenzaba el mundo y dónde acababa el ensueño, yacía encogida, cubierta por la suave prisión de una venda que ocultaba sus ojos. 

Es en ese gesto de tocar la pared, en esa instintiva búsqueda de la solidez, donde residía el primer latido de su deseo de anclar su existencia. El muro fue mudo testigo de su desconcierto, un eco de esa necesidad humana, de hallar certeza en lo tangible, de sentir el peso del mundo cuando todo parece flotar.

Nowhere Man, casi como una sombra que respiraba a su lado, se sentó al borde de la cama, el cuerpo suspendido entre la quietud y el anhelo de proximidad. Su mano descansaba sobre el hombro de Andrea, no como una interrupción, sino como una prolongación de ese invisible hilo que unía los cuerpos en los momentos de mayor vulnerabilidad

En ese contacto fluía algo más que el simple roce: era un silencioso diálogo de presencias, donde la fragilidad de uno se mezclaba con el cuidado de la otra, creando un espacio donde el desconcierto podía ser suavemente abrazado.

La venda cayó. La sonrisa, apenas dibujada en el rostro de Andrea, era una flor que se abrió lentamente al mundo, un gesto que reveló la transición de la simbólica ceguera al encuentro con la realidad. Fue un instante en el que lo irreal se disolvía, pero también se revelaba algo más profundo: la reconexión, no solo con el mundo exterior, sino con esa presencia que la acompañaba. 

En ese gesto, el despertar no fue simplemente un regreso al mundo físico, sino una apertura hacia el otro, hacia el tacto que había estado aguardando en la penumbra.

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