En el vasto entramado de mitos y leyendas que envuelven la historia del rock, Chrissie Shrimpton parece ser una figura que ha quedado sepultada bajo los acordes y estridencias de aquellos años de excesos y desbordadas emociones. No obstante, su presencia, aunque breve, dejó una indeleble marca en la música de los Rolling Stones, particularmente en las composiciones de Mick Jagger.
La relación entre Shrimpton y Jagger, que oscilaba entre la pasión y la turbulencia, es un ejemplo emblemático de cómo la vida privada de los artistas se fusiona inextricablemente con su arte, y cómo las musas, a menudo, cargan con el peso emocional que las grandes obras requieren para su gestación.
El encuentro inicial entre Chrissie y Mick Jagger fue tan poco convencional como el desarrollo de su posterior relación. Colgándose de redes de pesca durante un concierto de los Stones en 1963 y, con la ayuda del público, alcanzando el escenario para besar a Jagger, Chrissie marcó el comienzo de una etapa de fervor y rebeldía que caracterizó no solo su relación, sino también la música del grupo.
Este acto de irrupción simboliza, de cierta manera, el papel que jugaría Shrimpton en la vida del líder de los Stones: una fuerza disruptiva, pero profundamente inspiradora.
La relación entre ambos se consolidó rápidamente, y Chrissie se convirtió en la primera mujer que Jagger presentó a sus padres, un indicio del peso que ella tenía en su vida en esos primeros años. No obstante, detrás de este reconocimiento social, se escondían tensiones que inevitablemente comenzaron a reflejarse en la música.
A medida que su vínculo se deterioraba, alimentado por el abuso de drogas y la incapacidad de Chrissie para sobrellevar las presiones del estilo de vida del rock, Jagger canalizó esas experiencias en canciones que capturaban el caos emocional que envolvía a la pareja.