Hay algo en la fragilidad de los objetos que nos ancla al mundo, un testimonio de lo que hemos sido y de lo que todavía podría ser. Los libros, esos objetos silenciosos y condenados al olvido digital, permanecen como guardianes de historias que se niegan a morir.
Al igual que el vinilo, cuyo regreso no es una mera moda, sino un acto de rebelión contra la inmaterialidad, los libros resisten. El sonido del papel al pasar las páginas, la caricia de una cubierta gastada por el tiempo, nos devuelve al presente con la fuerza de lo irreemplazable.
Así como el punk encontró en un imperdible la síntesis de un movimiento, nosotros encontramos en los objetos cotidianos las claves para narrar nuestra historia.
Porque cada fragmento guarda una verdad que solo el tiempo puede revelar, y entre esas verdades, las huellas de lo perdido construyen relatos que trascienden su época.