lunes, 21 de octubre de 2024

El Silencio Cómplice...

En la esencia de la amistad subyace el arte del equilibrio, un sutil ir y venir, donde el encuentro es siempre transitorio, y la soledad es un espacio respetado. Como un felino que deambula entre su mundo de no-pertenencia y la dulce ficción de ser rehén, la amistad se teje en el misterio de lo que no puede ser completamente poseído ni completamente abandonado.

El felino, símbolo de una elegida soledad, encarna la libertad en su forma más pura, pero también la parcial entrega, esa que ocurre solo en fragmentos, en instantes que se prestan a ser compartidos, pero no retenidos. 

Amistad, entonces, no es aferrarse, sino permitir que el otro sea, incluso cuando su esencia lo lleva lejos. El felino finge necesitar al otro, tal como fingimos ser dueños de la conexión. Pero en esa ficción compartida, ambos actores encuentran un espacio en el que ser, sin perderse en el otro.

Este juego de efímeras presencias nos recuerda que la verdadera amistad no es un vínculo de posesión, sino de voluntaria entrega, donde lo que cuenta no es la permanencia, sino la autenticidad del momento compartido. En ese dulce rehén que se escapa y regresa, encontramos la verdad de la relación: ser para el otro, aun cuando ese ser implique saber soltar.

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