El roce del vinilo contra la aguja es un ritual que desafía el paso del tiempo. En medio del ruido digital que ahoga los sentidos, esos objetos casi anacrónicos, los que creíamos destinados a desvanecerse, regresan como testigos de una silente resistencia.
El regreso del vinilo y la pervivencia del libro nos hablan de nuestra necesidad de tocar lo que nos toca, de sentir en las manos la textura de lo que guarda, algo más que su mera funcionalidad.
Estos objetos, más que artefactos, son huellas de lo que fue, residuos materiales de historias que nos conectan con tiempos pasados y futuros. A través de ellos, descubrimos que la memoria no solo reside en la mente, sino también en el tacto, en el peso de lo tangible.
Quizá, al igual que en el punk, donde un alfiler es más que un adorno, estos objetos pequeños son portales a invisibles narrativas que solo pueden ser descifradas por quienes están dispuestos a escucharlas.