Pero ¿quién establece esa norma? La línea que separa la melancolía de la depresión parece ser más bien una construcción arbitraria, una frontera borrosa entre lo que se considera aceptable y lo que es patologizado.
Quizá lo que se teme no es tanto la melancolía en sí, sino el potencial que tiene para exponer lo frágil de nuestra relación con el tiempo. Mirar viejas fotografías es, en sí mismo, un acto de confrontación con la irrealidad del presente.
Es reconocer que lo que fue ya no es, y que lo que queda, lo que persiste, es un eco muerto que no puede restaurar lo que se perdió.