Pasaron unos momentos antes de que la sensación de estar perdiendo algo se apoderara de él. Estaban tan cerca, uno frente al otro, encerrados en ese cuarto que los protegía, y, sin embargo, algo en el aire entre ellos los mantenía distantes.
Aunque la proximidad física los envolvía, ambos estaban atrapados en sus propios escenarios, como si la distancia que los separaba fuera más amplia que cualquier espacio físico. Estar juntos no significaba estar unidos; el peso de sus propias realidades los mantenía más alejados de lo que cualquier distancia podría haber logrado.
La habitación se volvió entonces un escenario donde la cercanía solo hacía más evidente la separación. La seguridad de su refugio se desvaneció ante la certeza de que, en lo más profundo, ambos seguían siendo prisioneros de lo que no podían cambiar, de los caminos que ya estaban trazados para ellos.
Era como si la misma esencia de su ser estuviera dividida, y aunque se hallaban en el mismo lugar, la separación se manifestaba en el silencio de sus seres, cada una marcada por la inexorable ruta del destino.
