martes, 12 de noviembre de 2024

El Silencio de las Palabras No Dichas

Era una constante mentira, que se deslizaba a lo largo del día y se prolongaba en la oscuridad de la noche. En cada gesto, en cada toque, en cada mirada, esa mentira estaba presente, tan sutil y tan firme que parecía una sombra que no podía ser desechada. 

No era solo una momentánea falacia, sino una que se tejía entre ellos, en cada roce de las manos, en cada mirada esquiva, en cada palabra dicha a medias y en los silencios que se volvían insoportables. La mentira se infiltraba en cada rincón de su relación, como si fuera una segunda piel, imposible de quitar.

Cada instante compartido estaba marcado por esa distorsión de la verdad, como si ambos hubieran llegado a aceptar que las mentiras eran una parte inevitable de su existencia. 

No importaba si se trataba de una caricia que buscaba consuelo o de una disputa que desgastaba los nervios; la mentira siempre se interponía, invisible pero omnipresente, moldeando la forma en que se comunicaban, lo que se callaba y lo que se fingía.

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