lunes, 11 de noviembre de 2024

Otoños Taciturnos...

Sé que cuando tu voz emerge, siempre es noviembre. Ese noviembre que nunca llega como una promesa, sino como una extendida sombra, como un eco de algo que se marchitó antes de nacer. Un mes que no suplica mi atención, ni exige que lo mire de frente, sino que se instala, sin invitación, en los rincones donde el aire es más espeso y el tiempo se arrastra. 

Desde siempre he sabido que el mes de noviembre no es más que un callejón sin salida, un espacio vacío donde los ecos de lo que no será jamás se repiten como un cansado mantra.

Es el mes que encierra en su vientre el vacío, una espiral de pasos sin dirección, donde los recuerdos se mezclan con las ilusiones rotas. Noviembre es el tacto áspero de un erizo contra la piel, un abrazo que desgarra más que consuela. Y si alguna vez habló de futuro, lo hizo con la misma inseguridad que el pasado que lo precede, un susurro que se desvanece antes de poder aferrarse a algo sólido. 

Desde detrás de mis cortinas, el mundo se diluye en sombras y ocres; el calor que busqué en tu cercanía se disipa, se vuelve tan inasible como las hojas que caen y se pierden en el viento.

Mis deseos, una mezcla de apagados y quemados tonos, se han vuelto tan frágiles como este otoño que nunca termina de definirse. Y tú, nacido en medio de esta cueva de desesperanza, te despiertas frente a un horizonte que no te acoge, que no sabe si vestirse de gris o de amarillo. 

El choque de estaciones, el enfrentamiento entre el verano que muere y el invierno que acecha, no deja lugar para tu existencia.

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