Al abrir el libro, fue como si se sumergiera en un aire completamente distinto, una atmósfera que jamás había experimentado en otros textos. Había en esas páginas una calidez y una riqueza que lo envolvían, pero lo que realmente lo cautivaba era la inexplicable ternura que parecía latir entre cada palabra.
Esa combinación daba una belleza casi hipnótica a las emociones más simples, haciendo que las pasiones humanas adquirieran una profundidad que antes no había percibido. Y así, con cada línea que leía, no podía dejar de buscar entre las sombras de los personajes el familiar rostro de Ma Belle Sirène, proyectado en esa mujer imaginaria que habitaba en las páginas.
Durante toda la noche, siguió recorriendo esas mágicas palabras, anhelando encontrar una visión más clara de Ella, como si el libro pudiera desvelar algo que el tiempo y la distancia le habían arrebatado.
Sin embargo, cada vez que creía acercarse, la imagen de Ma Belle Sirène se desvanecía entre los ecos de las historias, dejando solo la sensación de una inalcanzable presencia, un reflejo que jamás podría atrapar. El libro no era más que otro espejismo, una forma de mantenerla viva en su mente…
