Una anécdota que refleja la visión de Sigmund Freud sobre la naturaleza del progreso y la evolución de la represión intelectual. A través de su irónico comentario, señala que, a pesar de la destrucción de su trabajo, al menos su vida no corre el riesgo de ser extinguida, lo que representa un pequeño consuelo en el contexto de la opresión ideológica:
El 10 de mayo de 1933, en la fría Plaza de la Ópera en Berlín, las llamas devoraron más que papel: fueron una brutal manifestación del fervor ideológico. Los nazis habían orquestado una quema de libros, una sinfonía de destrucción en la que las obras del padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, no escaparon al fuego.
Al enterarse de la carnicería cultural, Freud, con la serenidad de quien ha mirado más allá del caos, comentó:
—“A esto le llamo progreso. Si esto hubiera sucedido en la Edad Media, no estarían ardiendo solo los libros; yo mismo habría sido el combustible”.