Cuando Philip Glass presentó Música en doce partes, una monumental obra de cuatro horas de duración, un amigo le comentó con admiración: “Es hermosa. Me encantaría saber cómo sonarán las otras once”. Esta anécdota refleja la magnitud de la pieza y la percepción inicial sobre su carácter aparentemente repetitivo.
Tras el estreno de Einstein on the Beach, The New Yorker publicó una caricatura donde unos exploradores en África, aterrados por el sonido constante de tambores, se preguntaban: “¿Será esto una nueva composición de Philip Glass?”
Esta observación capturaba humorística la esencia de cómo algunos percibían el minimalismo de Glass como monótono, mientras que el propio compositor lo describía como algo más profundo: no una mera repetición, sino una serie de sutiles variaciones que emergen a través de la repetición, un enjambre de sonoras transformaciones.
Sin embargo, su enfoque también despertaba opiniones contrastantes, como la de John Cage, quien, al escuchar su música, le advertía con ironía: “Demasiadas notas, Philip. Demasiadas notas”. Para Cage, incluso una sola nota podía resultar excesiva, resaltando así el abismo conceptual entre ambos compositores.